Llegaste de pronto, observaste cómo salía de la ducha y, sin decir nada, me llevaste hacía la puerta, la abriste dejándola entornada. Sabías lo mucho que eso me excitaba. Empezaste a tocarme…
Estaba tan excitada... sin control alguno sobre mi cuerpo. Entregada y dispuesta a satisfacer mis deseos. Cada vez me volvías más loca, haciendo que mis limites desaparecieran. Me diste la vuelta, me pegaste contra la pared y comprobaste lo mojada que estaba. Tus dedos eran deliciosos, cada vez que los introducías dentro de mí, gemía y sentía que moría de placer.
Dulce tortura. Quería más. Tu erección latía, la restregabas contra mí, apretabas mis nalgas, no me soltabas. Me escapé, me puse de rodillas y restregué tu polla contra mi cara. Olía tan bien... No dejaste que me lo llevara directamente a la boca,... Me torturabas... Lo lamía y lamía, me abofeteabas con él y cada vez me mojaba más.
Decidí que me tocaba a mí. Me abalancé sobre tu polla saboreándola enterita, como si estuvieses no sólo dentro de mi boca, también en mi vagina. Me levantaste, abriste más la puerta.
Ahora podían pillarnos. Te pedí que te sentaras y me puse sobre ti. Empecé a moverme. Me cogiste del pelo, besabas mis pechos, los chupabas con tanta fuerza,... me dolía pero me daba placer. Cada vez iba más rápido, ya no aguantaba más.
Me corrí… pero la excitación seguía ahí, quería más. Me levanté y me apoyé contra la pared. ¨¿ahora qué vas a hacer?¨ te dije. Y sin medir palabra, entraste dentro de mí. Cada vez te sentía más fuerte, estabas a punto de correrte y te dije que quería que te derramaras sobre mi. Y con la excitación, al sacarla, pintaste la puerta. Lamí cada gota... y caí rendida de placer.
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