Soy una persona que disfruta comiendo. Encuentro el placer en ello. Pero ni me sirve cualquier cosa, ni soy una persona de excesos. No busco alimentarme más allá de lo que pide mi cuerpo.
Busco el balance en mi alimentación. Como varias veces al día en pequeñas cantidades y bebo el agua que necesito. Mi alimentación se basa en cereales integrales, legumbres, hortalizas, frutos secos, frutas y proteína animal. Lo que puedo consumir de proteína animal es carne de vacuno, pescados, huevos y muy puntualmente pollo y lácteos.
Durante mucho tiempo me sentí culpable porque en realidad yo quería ser vegana, pero por mi característica física, no puedo serlo. Llevar una alimentación basada en plantas no sería suficiente para mi cuerpo. Y me costó mucho aceptarlo.
Hasta que comprendí que hay un patrón natural en el que todos formamos parte de una cadena alimenticia. No tiene nada de malo alimentarme de proteína animal, siempre que sea respetuosa con la vida de ese ser. Porque gracias a él, puedo seguir hacia adelante.
Siempre que me alimento de proteína animal, busco que proceda de animales ya adultos, que hayan vivido en libertad y que no hayan sido maltratados. Y cuando mi alimento está basado en plantas también busco respetar la vida vegetal. En ambos casos sólo compro lo que sé que voy a usar. Porque en este mundo somos muchos seres los que necesitamos alimentarnos de la naturaleza para seguir viviendo. El mismo respeto que les proceso a los animales, se lo proceso a la vida vegetal y a sus frutos. Porque aunque nos alimentemos de ellos, no están a nuestro servicio.
Y sí, soy consciente de que cuando salgo a comer fuera o me doy un capricho, no puedo controlar de dónde proceden los alimentos, pero el respeto que yo les proceso se mantiene.
Soy consciente de lo afortunada que soy y de lo mucho que le debo a la naturaleza.
Valoro todo lo que me ofrece y estoy muy agradecida con ella.
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